Jamás serás maestro si tu escuela, además de un cuerpo, no tiene un alma. Y si únicamente es un taller mecánico del alfabeto.
Jamás serás maestro si tus ojos son dos látigos permanentemente dispuestos para el castigo visual, si tus nervios explotan mil veces al día.
La tolerancia y la paciencia son mucho más profundas y efectivas que la indiferencia.
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